jueves, 31 de mayo de 2012


Patricio Valdés Marín



La producción de bienes y servicios está constituida por unidades discretas llamadas factores de producción. Uno de éstos es la materia prima, que corresponde a los elementos en su estado inicial con respecto a un proceso productivo dado. Otro factor es el trabajo, que es la actividad humana ocupada en producir. La gestión es el factor ejecutivo encargado de dirigir y administrar la unidad productiva o empresa. El capital es otro factor y es fundamentalmente trabajo acumulado destinado a ser invertido en la estructura productiva. Por último está la tecnología, que es capital invertido en procurar extensiones al trabajo donde la actividad humana es ineficiente y costosa.


La estructura económica productiva


El interés de los economistas consiste esencialmente en comprender cómo la economía funciona con el objeto de maximizar su desarrollo y crecimiento. Para ello, se preguntan acerca de qué fuerzas y estructuras intervienen, cómo se relacionan, cómo se comportan, cómo generan efectos positivos, cómo se autorregulan, cómo es posible dominarlas y regularlas, cómo se puede aprovechar mejor su autonomía y libertad de gestión, cómo evitar causas y efectos negativos.

La estructura económica está compuesta por unidades productivas, llamadas empresas, y que pueden ser unipersonales. La empresa es una subestructura de la economía cuya función es la dirección, control y desarrollo de una unidad productiva que transforma materia prima en producto. A su vez, estas subestructuras están constituidas por un tipo no atomizado, sino orgánico e interactivo, de unidades discretas; aquéllas que los economistas denominan factores, pero que son en realidad recursos económicos. Corrientemente se han distinguido cuatro: materia prima, trabajo, capital y gestión empresarial. Podríamos agregar un quinto factor: la tecnología. Cada uno de estos factores es característicamente funcional, y el efecto de la acción combinada de todos, sin excepción, es la producción de bienes y servicios, pagar los costos de producción y generar una ganancia. Una acción efectiva en la conducción económica de una empresa consiste en saber mezclar estas unidades discretas en las proporciones justas de la misma manera como se prepara un sabroso guiso. Las decisiones del conjunto de agentes económicos establecen los valores para cada unidad y subunidad de la estructura económica productiva, en lo que se denomina asignación de recursos.

Importa considerar los factores desde el punto de vista de su posesión. En este respecto podemos distinguir la posesión privada de la posesión colectiva o pública. En el fondo, en el primero, el objetivo es fundamentalmente la supervivencia individual, en tanto que en el segundo, es la subsistencia del grupo. Considerando el objetivo como función de la posesión, podemos ver que la posesión privada tratará los factores económicos en forma distinta que la posesión colectiva. Esto es especialmente cierto en el caso del capital. Un inversionista buscará siempre que su capital le reporte el máximo beneficio con el menor riesgo posible, pues el solo beneficio acrecentará su poder relativo, siendo secundario si el capital se invierte en una industria de alimentos o en el tráfico de drogas. En cambio, el capital colectivo tiende a invertirse para beneficiar a la colectividad o acrecentar su poder relativo. Es la diferencia que existe entre el bien individual y el bien común. Pero también es la diferencia entre una inversión que busca fundamentalmente la rentabilidad y una inversión que busca beneficiar la colectividad, aunque sea con propósitos tan oscuros como mejorar la votación partidaria o prepararse para una guerra. Por ello, el capital privado resulta ser en general más eficiente en la utilización de recursos que el capital estatal o colectivo, siendo el despilfarro y la poca eficacia contrarios al beneficio. Sin embargo, desde el punto de vista de la sociedad civil, importa más que el capital se invierta en consonancia del bien común que en garantizar un beneficio a un capitalista en particular.

En cuanto al trabajo, afortunadamente la esclavitud, que es el trabajo humano como posesión privada, forma parte de la historia, excepto en remotos lugares no tocados por la civilización. En la actualidad existe un amplio reconocimiento de los derechos individuales, lo que no significa no tratar de explotar el trabajo al máximo, en una especie de esclavitud encubierta. Veamos a continuación los factores, o unidades discretas de la estructura económica productiva en forma separada.


La materia prima


La materia prima no es lo mismo que el concepto aristotélico para referirse a un componente del ser metafísico. Lo que ambas tienen en común es la característica de estar en potencia. La materia prima económica corresponde a los elementos en su estado inicial con respecto a un proceso productivo dado. El término de dicho proceso se llama producto. Las materias primas son estructuras que se encuentran en estado natural o que ya han sido parcial e intencionadamente modificadas por los seres humanos en el proceso productivo. Con la aplicación de fuerzas productivas, se transforman ulteriormente en bienes funcionalmente útiles. Desde el momento en que una materia prima sufre una demanda en el mercado, constituye una riqueza, y, por lo tanto, una mercancía transable y que induce a su oferta y demanda. La relativa escasez o abundancia de un recurso natural en un momento dado determina su valor en tanto riqueza. El agua dulce, tan abundante en otras épocas en ciertos lugares, está cada vez más transformándose en un recurso escaso en las regiones más pobladas de la Tierra, y por tanto, está adquiriendo un creciente valor. El contrario de riqueza es basura, y de eso nuestra Tierra está soportando cada vez mayor contaminación que no puede reciclar naturalmente.

El origen primero de la materia prima es la naturaleza. Ésta está constituida por las riquezas naturales tanto físicas como biológicas, y se habla entonces de recursos naturales. El extraordinario crecimiento de la economía de la actualidad ha transpuesto el límite de la capacidad de recuperación neta para muchos de los recursos naturales. Por ello es necesario introducir el concepto de “desarrollo sustentable” en las economías que acentúan el concepto de crecimiento. La extraordinaria superexplotación actual de los recursos naturales está conduciendo a su acelerado agotamiento y destrucción y, consecuentemente, a limitar nuestras posibilidades de subsistencia como especie. Así, crecimiento y sustentación son ideas contradictorias cuando hacen referencia a la realidad actual.

En la economía capitalista la relación existente entre capital y naturaleza es desequilibrada. El objetivo del capital son los beneficios que se obtienen de su inversión. El astronómico aumento del capital después de la Segunda Guerra Mundial, y que se sigue acumulando, requiere cada vez mayor espacio económico donde ser invertido. Pero la naturaleza de nuestra limitada Tierra ya no tiene capacidad para seguir siendo explotada a las crecientes tasas actuales. Nos estamos ahogando en contaminación, mientras que lo que va quedando son espantosas cicatrices de basura y páramos estériles, creciente agotamiento de los recursos naturales y la marginación en la abyecta miseria de poblaciones cada vez más numerosas. Al no poder explotar la naturaleza en niveles proporcionales a la magnitud de lo acumulado, el capital tiende a colocarse en inversiones cada vez más riesgosas, con su consiguiente pérdida en valor, en un degenerativo proceso de autorregulación.


El trabajo


La fuerza que en primera instancia ocupa la economía es la actividad humana tanto física como inteligente. Esta fuerza es lo que los economistas designan como “gestión” y “trabajo”, distinción que se refiere a una especialización funcional de la actividad económica y no de la actividad humana misma. No significa que el gestor desarrolla una actividad inteligente y el trabajador, una física. Ambas funciones implican desarrollar trabajo físico e intelectual. La falsa idea proviene del hecho de que quien está en posición de dirigir utiliza corrientemente el poder que dispone para obligar al subordinado a realizar las tareas más arduas, pesadas y también las menos rentables. Asimismo, una tarea ardua requiere corrientemente menor capacitación profesional, pudiendo ser con mayor facilidad reemplazada por máquina, con lo que su valor relativo disminuye.

El trabajo se refiere a la actividad humana implicada directamente en la producción. Es el esfuerzo que debe desempeñar el ser humano para procurarse de los productos que le permiten sobrevivir. Los animales también consumen energía en la actividad de procurase recursos los que le permiten sobrevivir y reproducirse. Pero los seres humanos se distinguen del resto de los animales por varias razones. Entre éstas ellos valoran económica, social y psicológicamente su actividad de producir; utilizan energía no humana y medios naturales y artificiales para reemplazar los propios; también ejercen más actividad en producir que la estrictamente necesaria para sobrevivir y reproducirse.

El trabajo es multifuncional. Además de procurar los medios de supervivencia y desarrollo al ser humano, permite indirectamente a cada individuo relacionarse socialmente, obtener una identidad particular, satisfacer sus necesidades de creatividad, pasar el tiempo y también adquirir un relativo dominio sobre su existencia. El ocio, por otra parte, si no es un descanso entre el trabajo o no constituye una actividad distinta, genera ansiedad y frustración. El trabajo, al producir riquezas, confiere poder y prestigio, términos sociológicos que significan una capacidad para ejercer fuerza (poder) y una estructuración funcional (prestigio) determinados, a quien se beneficia de él.

El individuo, revestido de su función económica de trabajador, cambia su esfuerzo y tiempo por una remuneración. Todo trabajador entra en la escala del trabajo, ocupando un lugar determinado que depende de su capacidad individual para desempeñar un trabajo particular y de la relación actual entre la oferta y la demanda para tal trabajo. Considerando que la oferta de trabajo siempre es grande, la remuneración de un trabajador depende del lugar que ocupa en la escala, siendo el del peldaño inferior tan mísero que los medios de supervivencia que obtiene sólo mantienen al trabajador subsistente hasta su agotamiento físico total y que terminan por producirle su muerte. Lo paradójico también es la tendencia del capital de reemplazar el trabajo por tecnología, pues ¿quién llegará a comprar los productos si las remuneraciones se van suprimiendo, disminuyendo así el número de consumidores?

En una sociedad cada individuo aporta lo suyo para la colectividad y recibe de ella lo que necesita en una cierta medida de lo que aporta. Puesto que lo aportado y lo recibido son cualitativamente distintos, el mercado es usualmente el mecanismo utilizado para determinar el valor de lo aportado y el valor de lo recibido. De este modo, el valor del trabajo, en tanto bien o servicio empleado en los procesos de producción, es transado en el mercado. En una economía socialista, no siempre es evidente que el valor que adquiere el salario resulta de la oferta y demanda de trabajo, pero en el largo plazo lo que se paga en salarios tiende a reflejar su incidencia en el producto según el mercado laboral.

Es claro que el trabajo es una actividad que a todo ser humano toca en toda su intimidad. De allí que es posible enunciar algunos contrapuntos que surgen entre las consideraciones racionales y las afectivas. Así, aunque el trabajador siempre ha sido explotado (esclavos y siervos en la economía agrícola, peones en la economía artesanal, obreros y empleados en la economía industrial), siempre han existido utopías que se han basado en la posibilidad de la equidad y la solidaridad. Incluso en plena era de la utopía del progreso sin límites de hace algunos decenios se supuso que el trabajo podía ser reemplazado totalmente por la máquina y los seres humanos podían vivir en el ocio.

Trabajo y capital

Karl Marx hablaba de “plusvalía” para referirse a aquella parte de trabajo convertida en producto que el empresario se apropiaba para sí. Suponía que el trabajo es unívocamente esfuerzo en un tiempo que transforma una materia en un producto, que toda unidad de trabajo se convierte necesariamente en producto y que el valor del producto tiene una correspondencia fija con la cantidad de trabajo empleado en su elaboración. Tenía como modelo para su pensamiento en esta materia el trabajo del artesano y creía que una fábrica es un conjunto de artesanos trabajando en una fábrica para un patrón. El patrón simplemente explota al trabajador por no remunerarle por la totalidad del esfuerzo puesto en producir. No pensaba que el valor que adquiere el salario es determinado por otros factores.

De este modo, el valor del salario es en el fondo una combinación de dos factores: el reemplazo de trabajo por tecnología y la relación desigual y no equitativa entre trabajo y capital. Así, por una parte, el trabajo puede ser reemplazado por innovación tecnológica. La tecnología es una extensión del cuerpo humano que reemplaza el esfuerzo humano. Algunos han supuesto que la tecnología puede reemplazar completamente el trabajo humano de modo tal que se podría tener la esperanza de que los seres humanos pudieran vivir en el ocio. Si fuera posible la utopía de que máquinas automáticas, operadas por inteligencia artificial, controlaran totalmente el sistema productivo, no sería posible la existencia del sistema económico liberal, ya que necesita que la remuneración del trabajador se transforme en demanda efectiva.

Pero la tecnología no es un bien social, sino que privado. El capital invierte en tecnología para reemplazar trabajo y, así, disminuir el costo de producción y el capital invertido volverse más competitivo. El significado de esta preferencia es doble. En primer lugar, siempre producirá una proporción de desempleo. En segundo término, esta proporción de desempleo tirará los salarios hacia abajo, para gran conveniencia del capital que, así, podrá asegurar un beneficio mayor. Ciertamente, al conferir un menor valor al trabajo en el mercado, no ayuda a quien sólo dispone de trabajo para intercambiar por los medios necesarios para satisfacer sus necesidades básicas. Por la otra, en la relación capital-trabajo de cualquier tipo de actividad empresarial, se puede observar que siempre habrá gran demanda por el primero y habrá gran oferta por el segundo. La conclusión lógica es que en la repartición de los beneficios entre ambos factores el trabajo no resultará precisamente el más beneficiado.

La cuestión de hasta qué punto el trabajo es la locomotora del tren de la producción puede ser respondida diciendo que sólo el mercado para los productos de producción masiva toma en cuenta la masa laboral remunerada. El nicho de mercado para productos más exclusivos es el de la gente más adinerada. Es fácil imaginar incluso una actividad económica bullente sólo de productos exclusivos para gente exquisita, pero que tendría que financiar fuertemente una buena protección policial, si pensamos en los zares rusos.

También el valor del salario depende de una relación desigual y no equitativa entre trabajo y capital. La inversión de capital es esencial en la vida de un país, pues genera trabajo, y altas tasas de empleo son la condición para la paz social y la estabilidad política. Pero en el curso del tiempo, el capital privado ha obtenido tan enorme poder político que los gobiernos, altamente influidos por aquél, han sido complacientes a sus dictámenes. El Estado neoliberal se ha vuelto sordo al hecho del fundamental desequilibrio entre los dos factores mencionados: la demanda por capital es proporcional a la oferta de trabajo, lo que conduce necesariamente a una repartición de la torta económica absolutamente poco equitativa. Para sostener el beneficio que el capital demanda para sí a tasas atractivas para su inversión, el ingreso del trabajo ha sido forzado a mantenerse bajo, de modo que se puede observar un cada vez mayor distanciamiento entre los sectores financieros de la sociedad y los asalariados.

Pues bien, el problema que suscita la poca equitativa remuneración del trabajo es que el excesivo excedente de capital generado ha sido forzado a ser absorbido por el trabajo a través de un sistema crediticio (créditos hipotecarios y de consumo) altamente riesgoso, pero muy beneficioso para el capital. El problema es que estas colocaciones suelen producir burbujas insostenibles que acaban por colapsar sobre la economía por falta de garantías suficientes. El problema se agrava en una espiral difícil de detener cuando la economía (producción-consumo) amenaza detenerse, aumenta el desempleo y la no cancelación de los créditos se acentúa.

Desde la Revolución industrial la contraposición entre trabajo y capital se ha agudizado. Por una parte, el capital es un bien escaso y el desarrollo económico siempre está en su demanda, lo que determina un mayor beneficio para sí. Por la otra, no sólo ha aumentado la necesidad por trabajar para poder acceder a la diversidad de bienes de consumo que resultan imprescindibles, sino que también el trabajo ha llegado a ser una reducción de aquella multifuncional actividad humana que ha tenido su expresión en la diversidad de faenas y tareas desempeñadas desde los remotos tiempos de las labores de caza, pastoreo, cultivos y artesanías. En comparación con tales actividades menos civilizadas, el trabajo actual se ha vuelto monótono y gris a causa de ser ejercido dependiendo del ritmo impuesto por una máquina, un implemento o un proceso.

La máquina de vapor, como unidad motriz que mediante un largo eje rotatorio horizontal, cuya longitud abarcaba el largo de la fábrica, movía las diversas máquinas e imponía el ritmo y el tiempo del trabajo de los trabajadores. Esta situación no se flexibilizó con el motor eléctrico, que independizaba el funcionamiento de cada máquina, sino que hizo posible la introducción de la línea de montaje según parámetros tayloristas, la que encasilló aún más la actividad humana. El futuro del trabajo está ahora determinado por el desarrollo y la extensión de la cibernética y la informática. Gran parte del trabajo del mismo tipo está siendo reemplazada por la primera, mientras que la segunda está demandando de la actividad humana mucha especialización y renovación. La línea de montaje está ahora a cargo de máquinas robóticas. Quien no se adapte a estas nuevas condiciones verá peligrar su fuente de ingresos para sobrevivir.

Vemos, por tanto, que en la actual economía tecnologizada y neoliberal el valor relativo del trabajador es bajo, aunque esté bien capacitado, y su empleador se lo hace saber mediante un trato despótico y muy poco humano. Y sin embargo, este trabajador puede sentirse afortunado porque tiene un empleo. Quien es absolutamente prescindible por el sistema son los miles de millones de seres humanos en el mundo que no están capacitados para un puesto en demanda, pero que deben buscarse su diario sustento en precarias tareas, como microempresario, pequeño comerciante, peón temporero, pequeño campesino sin capital y otras tareas tan marginales como recurridas.

La experiencia de los socialismos reales, que se proponían el pleno empleo, constituyó un relativo fracaso económico, no tanto por la pobre productividad del trabajo, sino por la pobre capacidad de gestión empresarial que no suponía que necesitaba experimentar la dura competencia donde sobrevivía el más apto, que es la gracia del mercado. Esta experiencia formaba parte del modelo de planificación central de la economía. Sin embargo, la pregunta que permanece es si acaso vale más que quien desee trabajar tenga empleo, aunque con baja remuneración relativa, a que la actividad económica sea tan eficiente que el empleado arriesgue su permanencia en el mercado por su ineptitud. En otras palabras, ¿será más conveniente una eficiente asignación de recursos que la posibilidad que todos tengan la posibilidad de sobrevivir aportando su esfuerzo a la producción? Una pregunta aún más radical es, considerando que la persona debe ser el centro de la actividad social, ¿por qué no adaptar los sistemas de producción a las características del ser humano, en vez de adaptar al trabajador a las condiciones para una mayor productividad de la fábrica? Una respuesta humana debería considerar el hecho biológico, psicológico y cultural de la diversidad de aptitudes y capacidades, frente a la cual no se debiera discriminar tan tajantemente en función del capital y su búsqueda del máximo beneficio posible. El sistema educacional debería considerar esta pregunta y no ser simplemente funcional a la demanda del capitalismo neoliberal.

El Estado podría usar la política tributaria para lograr un mayor y mejor empleo. Es posible atenuar el problema de inequidad fundamental y producir más empleo si se introduce un factor F al porcentaje del impuesto a las utilidades de las empresas. Este factor es posible determinar para cada empresa con el conocimiento que el SII tiene en la actualidad del capital y utilidades de las empresas y las remuneraciones. La fórmula sería la siguiente:

F = a·b/(c·d·e)

donde:
a = capital de inversión de la empresa
b = diferencia entre el sueldo más alto y el sueldo más bajo de la empresa
c = total del gasto en remuneraciones
d = cantidad de trabajadores
e = años de servicio promedio

Sin necesariamente aumentar ni disminuir el actual ingreso global a las arcas fiscales por este concepto, la ponderación de estos parámetros sería parte de esta política. Por ejemplo, el valor de F podría fluctuar entre 0,3 y 3. Su propósito es premiar a las empresas que producen con mayor valor agregado, remuneran bien a sus trabajadores, prefieren no reemplazar trabajo por inversión de capital en tecnología substitutiva, mejoran salarios mínimos, mantienen a sus trabajadores en el tiempo. Así, la competitividad no debiera obtenerse a costa del trabajo, sino que en mayor innovación, capacitación laboral, gestión y tecnología.


El capital


El capital es otra de las unidades discretas de la estructura económica productiva. En primera instancia, por capital podemos referirnos al valor o el costo de los bienes y servicios requeridos como medios para producir. En segundo lugar, es la energía acumulada que se libera en el proceso de producción y que corresponde al costo que se debe pagar para desarrollar y diseñar el producto, realizar los estudios de mercado y determinar el segmento de mercado, confeccionar el proyecto de evaluación económica, organizar la empresa, adquirir o alquilar el terreno, los elementos de trabajo y las maquinarias, implementos e instrumentos, cubrir los costos de la puesta en marcha, promover el producto, adquirir insumos, pagar remuneraciones, cubrir los costos de almacenaje, pagar fletes, comerciar el producto, etc. En tercer lugar, el capital se refiere a los derechos sobre dicha energía acumulada. En este sentido, dichos derechos se expresan a través de la compra, la venta y la obtención de utilidades de esta energía acumulada cuando se invierte o cuando se recupera la inversión. En fin, lo que caracteriza al capital es que llega a ser un factor de la producción absolutamente desequilibrante y hegemónico, pues si tiene la capacidad para comprar los restantes factores de la producción, también los puede llegar a dominar y controlar.

El capital es esencialmente un elemento  que, como la energía contenida en un combustible, produce fuerza. Tal como la gasolina hace andar un motor, el capital hace andar la economía. Pero a diferencia de aquella, cuya energía se consume por completo cuando hace combustión, éste tiene por función principal la regeneración de la energía gastada más un incremento. Cuando se invierte en la actividad económica, se pretende recuperarlo junto con un beneficio. El capital es intencionalmente invertido con el propósito de recobrarlo en un plazo indefinido y obtener beneficios en plazos menores. Se invierte para que al cabo de un cierto tiempo se recupere superando la inversión. Es interesante advertir que el capital, como toda fuerza, actúa principalmente en el tiempo, pero excepto cuando está invertido, es independiente de un espacio concreto, pues traspasa todas las fronteras nacionales.

El mayor o menor beneficio que se espera obtener de una inversión depende de tres factores. El primero, la oportunidad. El segundo, el riesgo que se está dispuesto a asumir. El tercero, las expectativas concretas de la rentabilidad de la inversión. Estas dependen del tiempo para su recuperación. De este modo, el capital se invierte naturalmente en aquellos negocios que prometen el mayor beneficio posible, en el menor tiempo posible y con el menor riesgo posible.

Como toda energía, el capital puede acumularse. La causa de su acumulación hay que buscarla en un mayor o menor desarrollo tecnológico, mejor o peor capacidad de la gestión empresarial, mayor o menor productividad de la mano de obra, mayor o menor disponibilidad de recursos naturales. Estas condiciones económicas se encuentran de alguna manera relacionadas con la estabilidad política, la expansión económica, el acceso al mercado. También relacionadas con las anteriores se encuentran una serie de condiciones estructurales de la economía liberal: mercado libre, economía abierta, libre empresa, mercado financiero, propiedad privada, etc. La competitividad de una economía liberal incentiva la inventiva y la innovación tecnológica. Una economía en expansión induce a buscar recursos naturales. La disponibilidad de recursos naturales, obtenidos en mayor cantidad y al menor costo genera una economía en crecimiento.

El capital también se puede perder o destruir. Puesto que normalmente no se tiene el control de todas las condiciones que pueden afectar una inversión, el negocio puede fracasar y el capital invertido puede ser consumido como la gasolina que se quema al aire libre sin provecho alguno. También el beneficio del capital, referido a la tasa de interés, puede reducirse si la economía entra en recesión, se sobrecalienta, produce inflación, etc., significando que la demanda por capital ha disminuido. Incluso en un periodo recesivo el valor del capital invertido disminuye, lo que es reflejado en las bajas generalizadas de los valores netos de los títulos que se transan en las bolsas de comercio.

La acumulación de capital tiende a generar mayor intensidad en su inversión. Esta mayor intensidad de capital suele posibilitar mayor tecnología, mayor productividad y mayor producción. Pero la intensidad de capital busca principalmente la competitividad más que una reducción de los costos de producción. Una vez desbancada o controlada la competencia, los productos no se abaratan necesariamente. Por el contrario, acostumbran a encarecerse, mientras las utilidades aumentan, que es el objetivo del inversionista.

Al capital debemos suponerle una modificación en el tiempo que los economistas denominan interés. El capital, siendo fuerza acumulada, puede y debe ser utilizado para generar bienes y servicios nuevos. Así, el capital se puede regenerar, como ciertamente también se puede destruir si lo que se produce contiene un beneficio negativo. En una economía en expansión la demanda por capital aumenta y la tasa de interés sube. El capital se torna más productivo. El capital es, de esta manera, socialmente premiado, y quien presta o financia sufre menos riesgos que quien produce. Por otra parte, el fracaso de una inversión produce temor. Una de las principales fuerzas que detiene el crecimiento de la economía es el temor de no obtener el beneficio esperado, de perder lo arriesgado, de ser desposeído, pero también es una fuerza que preserva los equilibrios económicos.

Es interesante observar que el capital puede ser representado por la misma moneda que la remuneración que recibe el trabajo. Una remuneración ahorrada puede convertirse en capital. De ahí que la función de la moneda sea doble y dependa de la estructura en la que se inserte. Dentro de la estructura productiva se explotan y transforman las riquezas, se transfieren productos en sus diferentes procesos de elaboración, se invierte en bienes de capital, en gestión, en publicidad, en mercadeo y promoción, en desarrollo tecnológico, en tecnología, en capacitación, y se pagan por los insumos consumidos y la mano de obra empleada. En estas actividades la moneda adquiere la forma de capital, ya sea para ser invertida o para hacer andar la producción, tras la cual se recupera. Su circuito corriente es capital-producción-capital más beneficio.

En cambio, dentro de la estructura distributiva, donde los bienes de consumo son adquiridos por los consumidores finales, la moneda utilizada corresponde a la remuneración. Esta no es otra cosa que un derecho que se adquiere para consumir y que está limitado sólo por la cantidad percibida. En su circuito de intercambio, la moneda retorna al capitalista a cambio de bienes de consumo pagados. En este doble circuito, la actividad económica es retroalimentada por el trabajador-consumidor, de donde el capital obtiene su beneficio.

Desde los puntos de vistas funcional y ético, no es imprescindible que el capital sea privado, pero sí lo es que el trabajo obtenga una remuneración equitativa, correspondiente al esfuerzo desarrollado, a la productividad efectuada, a la producción realizada, a la relación con la escala general de remuneraciones, a la utilidad percibida. Por parte del capital, se hablaba de usura cuando existía un interés, hecho que era considerado pecaminoso. Sin embargo, lo que resulta éticamente reprobable es que por favorecer el beneficio no se remunere el trabajo en su valor equitativo.

Antes, cuando Marx escribió El capital, una misma persona era quien gestionaba una empresa y era dueño de la misma y del capital de producción. Él era tanto un empresario como un capitalista y, en definitiva, era un explotador. En la actualidad estas funciones se han separado. Quien gestiona una empresa se ve envuelto en muchos riesgos que son difíciles de controlar y se mete en otros riesgos en razón de las oportunidades que se le van presentando. Por el contrario, un capitalista quiere obtener el máximo de beneficio posible de su capital, pero a costa del mínimo riesgo posible. Considerando que el capital es siempre escaso en términos relativos, a un capitalista no le conviene asumir más de los riesgos que le permiten obtener un buen y asegurado beneficio. Por otra parte, a un empresario puede convenirle asumir un mayor riesgo si con ello puede obtener una mayor utilidad. En consecuencia, en la actividad empresarial se puede observar que las decisiones empresariales corresponden al empresario, quien se encuentra en mejores condiciones para detectar buenas oportunidades de negocio para así incrementar sus utilidades, y que el financiamiento corresponde al capitalista, quien toma todos los resguardos posibles para no perder su capital y obtener asimismo un beneficio.

Los derechos de uso y usufructo del capital son conferidos por la estructura socio-política según las conveniencias del interés común. Esta estructura no es neutral respecto al uso de capital, ya que su inversión es un factor decisivo de la producción económica y, por tanto, del desarrollo y crecimiento económico de una nación. Resulta ser aún menos neutral con respecto a la propiedad del capital, y ello por dos razones. Por una parte, la posesión de capital genera poder económico, el que trae aparejado poder político. Por la otra, el usufructo de los beneficios del capital incrementa los privilegios de su poseedor. En consecuencia, la ideología económica que una estructura socio-política llegue a adoptar llega a ser muy sensible en la estructuración social. El derecho conferido a la posesión de capital privado genera naturalmente desigualdades sociales, siendo en ciertas situaciones éstas muy profundas, y como consecuencia promueve además diferencias políticas, haciendo más poderosos a los poseedores de capital, quienes tienden a formar partidos políticos muy gravitantes en el interés general.

La práctica parece mostrar que un desarrollo y crecimiento productivo y comercial en la escala empresarial resulta ser más eficiente si la propiedad de la empresa es privada, y resulta ser indirectamente de beneficio de la nación siempre que el Estado establezca los resguardos necesarios para garantizar los derechos ciudadanos. Sin embargo, la práctica también parece mostrar que la empresa privada no logra encarar con la misma eficiencia los proyectos de dimensión país o que convengan al bien común. En tal caso, es razonable que el Estado pueda poseer capital para estos objetivos que van directamente en beneficio del interés general. Ya sea produciendo directamente o a través de créditos definidos a empresarios privados, el Estado puede intervenir en la economía productiva sin menoscabar el libre mercado.

Cuando son los particulares los reclamantes de la posesión de capital, se esgrime el argumento de la subsidariedad y de la iniciativa privada como motor eficaz del desarrollo económico, pero ocultan su codicia y ambición detrás de una actitud altruista. Cuando son los estatistas, se resalta la capacidad planificadora y realizadora del gobierno, pero se oculta su pretensión totalitaria. Posiblemente, la posesión colectiva del capital permitiría obtener las ventajas de ser un motor eficaz y planificado de la actividad económica y omitir las desventajas, siempre que se encontrara una forma adecuada para su posesión y el consecuente control sobre la gestión empresarial. Probablemente, la estructura de las sociedades anónimas entregue la pauta de cómo organizar una empresa estatal que sea autónoma de los intereses de la política partidaria y grupos de poder. En una sociedad anónima el Estado no tiene injerencia en el manejo de las empresas. Este es el papel de sus socios. La sociedad civil, dueña de sus empresas, elegiría un directorio del mismo modo como los inversionistas privados eligen a sus representantes. En este esquema, no se trataría de colectivizar la economía, sino de establecer empresas nacionales autónomas tan competitivas como las empresas privadas, pero con capital colectivo.


La tecnología


En el reino animal la fuerza muscular es la única fuerza que está al servicio del individuo para procurarse directamente los medios de supervivencia. Desde la aparición del homo sapiens los individuos de nuestra especie han ido inventando técnicas para controlar el trabajo de las variadas fuerzas de la naturaleza y reemplazar en forma más efectiva el trabajo muscular humano directo. Hace unos 130.000 años, poco antes de la última glaciación, los seres humanos adquirieron la plena capacidad del pensamiento abstracto y lógico junto con el lenguaje articulado que nos caracteriza y que nos permite inventar e innovar y acumular el desarrollo tecnológico. De este modo, el grado de civilización es directamente proporcional a la eficiencia del trabajo humano a través de la tecnología. El rendimiento del trabajo del ser humano, en su estado salvaje, es mínimo y apenas alcanza para satisfacer las necesidades básicas de alimentación, vestuario y vivienda, siendo la tecnología de sus artefactos muy primitiva. Tal vez no se pueda decir lo mismo respecto a sus probablemente muy sofisticadas técnicas y aptitudes para cazar y recolectar. El progreso aparece con el aumento del rendimiento y la disminución del esfuerzo, y eso es efecto de la tecnología.

La tecnología es aquel conjunto de conocimientos prácticos que estructuran instrumentos, máquinas, utensilios y procesos de producción que son funcionales para transformar las cosas en bienes y servicios. Siendo el fruto de la inteligencia humana, ella constituye verdaderas extensiones del cuerpo humano hacia objetos donde el cuerpo es ineficiente o no puede alcanzar. Ella obtiene de la naturaleza los recursos, tanto los materiales como la energía, para el bienestar de los seres humanos. Así, pues, la tecnología tiene una doble función: produce extensiones de nuestro cuerpo para hacer más accesible las riquezas naturales, y sirve tanto para que nos adaptemos mejor al medio como para adaptar el medio a nosotros. Una tecnología se desarrolla hasta el límite mismo de la funcionalidad para explotar y utilizar el objeto.

Lo que no deja de sorprender es la forma exponencial que ha tenido el desarrollo tecnológico. Por unos 2,5 millones de años, a juzgar por el registro arqueológico de poco más que utensilios de piedra que tenían además escasas diferencias apreciables, éste apenas progresó en calidad y variedad. A partir de la aparición del homo sapiens, este desarrollo comenzó a cobrar una levísima aceleración, según nuestra moderna óptica, pero sin duda tan grande para aquel entonces que significó más tarde la salida de escena de todos los competidores homo, como los erectus y los neandertales.

Hace apenas unos diez a ocho mil años atrás muchos pueblos alrededor de la Tierra comenzaron la nueva vida sedentaria de la agricultura y la ganadería a través del ejercicio de la selección artificial y el control de las condiciones para el desarrollo filogenético de muchas especies vegetales y animales. Esta revolución tecnológica condujo adicionalmente a la posesión de bienes y a la acumulación de capital. Hace tan sólo dos siglos, cuando se llegó a dominar el vapor, comenzó la llamada Revolución industrial. En la actualidad, el vertiginoso desarrollo tecnológico nos ha acostumbrado al cambio, haciéndonos creer que el futuro traerá la solución a todos nuestros problemas existenciales. No obstante, el lento desarrollo y el equilibrio de los otros factores de la economía imponen un límite al desarrollo tecnológico.

El desarrollo de la ciencia ha posibilitado al conocimiento tecnológico fundamentarse en el conocimiento teórico del cómo funcionan las cosas. Esta aplicación de la ciencia a la técnica, junto con la inversión de cuantioso capital en investigación y desarrollo tecnológico han provocado en nuestra época una “explosión tecnológica”. Además de máquinas extraordinariamente más poderosas y sofisticadas que potencian su relativamente débil fuerza física, e incursionan en espacios nunca antes pensado que fueran posibles, el ser humano ha fabricado últimamente máquinas que potencian su habilidad de comunicación en forma instantánea y sin importar las distancias, y también su actividad inteligente de lógica y computación de modo extraordinariamente rápido, con enorme capacidad y sin equivocarse.

Pero la explosión tecnológica posee otra faceta. Ha generado una situación enteramente inédita al presionar en exceso sobre los finitos recursos de la naturaleza. A pesar de que hasta hace un par de décadas se creía que el progreso económico que traía la tecnología y el conocimiento científico permitirían solucionar todos los problemas de la humanidad, actualmente se percibe que nunca como ahora el ser humano está rompiendo los equilibrios ecológicos de los que forma íntimamente parte, y este proceso destructivo del medio ambiente se está llevando a cabo con la misma aceleración exponencial con que se desarrolla la tecnología. Por ejemplo, la motosierra que está derribando los bosques del planeta tiene apenas 50 años desde su primera aparición.

Existe una relación íntima entre el capital y la tecnología. Ya Marx denunciaba que el capital invierte en tecnología, inventando máquinas sustitutivas de trabajo, para limitar el costo de la mano de obra y mantener los salarios bajos. Posteriormente, el citado Schumpeter dio otro cariz a esta relación. La libre competencia entre empresas no existe; lo que existe es la competencia entre nuevos productos. La aparición de innovaciones en el mercado aventaja lo conocido. Nuevos bienes, nuevos métodos de producción, nuevos mercados, nuevas materias primas obtienen mayores beneficios, aun cuando se vendan a precio de mercado. Estas innovaciones tecnológicas, generadas por la inversión de capital, resultan competitivas hasta que otras innovaciones las desbancan de su situación ventajosa.

Si bien el capital invertido en tecnología genera una diversidad de productos, el desarrollo tecnológico ha permitido a la inversión de capital liberarse de un lugar definido. La necesidad por capital apareció con la revolución agropecuaria de hace diez mil años, y la inversión se mantenía firmemente unida a la tierra o al territorio. La Revolución industrial, basada en grandes usinas de textiles, hierro, productos químicos, etc., también ligaba el capital a un lugar determinado, el de aquellas faenas. En la actualidad las industrias y los mercados son virtualmente móviles y el capital se invierte donde las condiciones de trabajo y/o de consumo son más favorables. En consecuencia, el desarrollo tecnológico ha posibilitado la movilidad del capital y éste se ha hecho internacional, invirtiéndose en cualquier lugar geográfico que dé el mayor beneficio.

Las unidades discretas de la estructura económica productiva, en tanto estructuras complejas, no son ciertamente estáticas, sino que van sufriendo cambios en el tiempo. Podemos observar que el trabajo tiende a especializarse y a utilizar más la inteligencia que los músculos. La naturaleza tiende a ser explotada para cubrir mayores aspectos de ella. Pero si se intensifica su explotación, su riqueza tendería a agotarse y ella misma a contaminarse. La empresa tiende a ser más eficiente, más impersonal, más grande. El capital tiende a aumentar, a acumularse y a concentrarse, adquiriendo cada vez mayor poder político y social, además del económico. En fin, la tecnología tiende a ser más científica, siendo su desarrollo y el de la ciencia un caso de simbiosis entre ambas.


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NOTAS:
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo ha sido extraído del Libro X, El dominio sobre la naturaleza (ref. http://www.dominionatura.blogspot.com/), Capítulo 2 – La producción.